La continuada lectura de la obra de Antonio Gamoneda, acompañada por el conocido aviso del poeta de que «la poesía existe porque sabemos que vamos a morir», condujo a Alberto Escarpa y Jesús Javier Lázaro a la concepción y realización de No había eternidad, entendiendo el propósito como una asunción de postulados poéticos que pudiera ser discontinua. Así fue y el resultado ha sido una antología rara, un conjunto de poemas y fragmentos del poeta leonés, o —en sus propias palabras—, registros de lectura; una suerte de calas en su obra, que supone un acto de (re)creación, una participación personal en el hecho poético, en el convencimiento —como señala Antonio Gamoneda en su aceptación— de que «la poesía es patrimonial; siempre subjetiva pero no necesariamente individual», y la plena conciencia de que se trata de un acto arriesgado, «que puede deparar “otro” poema»; en el caso que nos ocupa, un libro nuevo y distinto, «un espacio poético de dos lectores y ejercido como derecho natural y exento al del autor. Espacio que ha encontrado en estos textos un lenguaje fascinante y una experiencia poética común y memorable».