Es difícil encontrar un ámbito social en el que la importancia del arte no se afirme con decisión. Lo que se entiende por “arte” en esas enunciaciones sirve bien a los propósitos de muchos grupos e individuos. La perspectiva que presenta este libro, sin embargo, es la contraria: toda práctica artística que merezca ese nombre se esfuerza denodadamente por alcanzar una situación imposible en la que el arte NO actúe sobre el mundo. En la medida que logra este objetivo, el arte adquiere preeminencia: no transforma el mundo, sino que lo crea. El mundo es un resto de la producción de la autonomía del arte (de su autonomización constante).
Este pensamiento paradójico y contrario a la intuición se formula aquí en varios contextos: el del arte propiamente dicho en su relación consigo mismo; el del objeto como símbolo del fracaso de la experiencia artística; el de la economía sacrificial en contraposición de la productiva; el de la política como destrucción de la realidad; finalmente, el de la muerte, puesto que la tarea del arte es, en última instancia, renovar la conciencia clara de su inevitabilidad y hacer la vida invivible.
Este libro cuenta con una introducción de Isidoro Reguera, que establece el contexto filosófico, y un epílogo de Daniel Lesmes, que proporciona una imagen de la interpenetración de la teoría y la práctica en la carrera del autor.