Si bien las representaciones del delincuente pueden variar según regiones, países, continentes, religiones, culturas, subculturas, etc., no es posible ignorar la alianza dominante entre Capitalismo y técnica, que promueve múltiples mecanismos de detección de peligros sociales, clasificados y caracterizados por una máquina evaluativa triunfante en la modernidad institucional contemporánea. Desde esta perspectiva, el delincuente y el sistema penal conforman un círculo vicioso: justificado por ficciones discursivas, el delincuente asume una sustancia cuantificable utilizada como orientación fundamental para su criminalización –que es un acto de poder político–, cuyo efecto es la fabricación de la delincuencia a medida de cada sociedad.