Sonría a cámara no es un libro erótico. Sus páginas las pueblan los solitarios que buscan pornografía en Internet y las mujeres que han sido filmadas durante el acto sexual. Casi podría decirse que unos y otros dialogan a través de la pantalla. Unos creen que la búsqueda del vídeo pornográfico que mejor define su estado de ánimo encierra algún tipo de conocimiento sobre el ser humano. Y las otras estiman que el hecho de exhibirse, de provocar el pudor del espectador, puede hacer del acto algo trascendente.

Todo falso. O erróneo: la pornografía es un simulacro que pone en juego su propia gama de emociones virtuales.

Sentimientos que calman la soledad y la ansiedad, pero que se despliegan en el alma humana según reglas diferentes de las que rigen el mundo real, sea éste lo que sea.

Este libro de relatos aborda el reto de producir literatura a partir de una operación recurrente en nuestra sociedad contemporánea: la búsqueda de pornografía virtual. Lo que está en juego es averiguar si la navegación obsesiva a través de la red constituye un nuevo tipo de aventura, si el buscador es un marinero intrépido y zafio, y si la pornografía conforma el mejor de sus tesoros. Sonría a cámara también se pregunta si el ser humano que comparece al otro lado de la pantalla, desnudo y simplificado por las exigencias del lenguaje audiovisual, merece lástima o admiración. Si, convertido en plástico líquido, en objeto, en un guiñol forzado, su imagen se disipa al apagar el ordenador o vaga en la conciencia de todos nosotros como un espectro apaleado.