Arrastra su peso la suma laboriosa. La resta es compasiva.
Pero las aguas se precipitan por cauces divididos.
Vuelvo a sus orillas para airear allí la ropa desde bien temprano.

Su tiempo dan los viejos eucaliptos.
Todavía están en pie aquellas lejanas espadas enfrentadas,
ahora ya con el filo muy mellado. Y no hay combate.

Un águila madrugadora mide la extensión de la luz -a veces
no descansa y trabaja todo el día-, y con su taladro
horada suavemente un cuerpo anchísimo, anclado a cielo y tierra.

(.)

La velocidad de los muertos, José Manuel Suárez

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