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En tema "de tan poco aseo" (por decirlo con palabras de cierto inquisidor) como es éste de los cantores castrados, procede no abusar de los excesos que nos depara el asunto ni hacer oficio de moralistas. Sólo así descubriremos el significado de un colectivo de músicos, activos básicamente en medios eclesiásticos, que durante cuatro centurias fue contratado por su rentabilidad, envidiado e injuriado hasta lo indecible, al mismo tiempo que se situaba en una fructífera encrucijada desde la que se abrieron nuevos caminos en las tradiciones y escuelas de canto en Europa. Las capillas de música empleaban en España cantores castrados –en las partes superiores de la polifonía– medio siglo antes que en Italia. Los capones, pues ese es el nombre habitual en nuestra lengua, ven realimentada su imagen victimaria con las historias de los eunucos de la Antigüedad, se les excluye del sacramento del matrimonio y se les compara con ángeles, monstruos y demonios.