Primero, mis brazos extendidos recorrieron la casa durante toda latarde. Luego tendieron el inevitable puente hacia la calle. Vinieron a buscarte, tra¡an abrigos de colores chillones, se mov¡an r pido, noapreciaban la tensi¢n de mis brazos, ni la delicadeza del movimientode la mano dej ndote en sus manos. Siempre me dijiste que estar¡abien.





El sonido de la ambulancia delimita ahora el trayecto. Ya no pienso en nada m s, miro mis brazos ca¡dos,ellos reconocen lo inevitable. S? que volver? solo. En mi cabeza serepite ?I don´t know how you were diverted you were perverted too idon´t know how you were inverted?. Reproduzco el fragmento una veztras otra. Se a¤ade la imagen de Barthes escribiendo en su diario?algunas ma¤anas son tan tristes?. No es esta frase la que permanecesino la forma con la que dobla el folio, despacio, reconociendo en elgesto la ausencia. Desliza los dedos, aguantando en la garganta laspalabras que se agolpan sin poder evitarlo. Si al menos alguienpudiera contenerlas. Termina escribi?ndolas en una mezcla de negaci¢ny alivio. Desplaza despu?s la cuartilla para evitar leerlas. La coloca debajo de algunas carpetas o en un caj¢n, intentando no recordard¢nde la deja. La fuerza de lo dom?stico se desvanece.





Ya no siento las rodadas, las alarmas se detienen