Barcelona y Mil n, a pesar de ser dos ciudades muy diferentes respecto a la morfolog¡a y a la historia urbana (adem s, obviamente, de ladiferente situaci¢n social y pol¡tica que vivieron sus habitantesentre 1945 y 1977), presentan en gran parte del novecientoscaracter¡sticas tipol¢gicas convergentes que se pueden reconocer confacilidad, especialmente por lo que se refiere a muchas piezasarquitect¢nicas de la modernidad construidas a partir de los primerosa¤os cincuenta, cuando los arquitectos m s significativos de ambasciudades entraron en un contacto amistoso y profesional intenso ycontinuado que se prolong¢, con la incorporaci¢n de actoresdiferentes, hasta final del siglo XX. Pero los edificios queproyectaron estos arquitectos muestran afinidades m s complejas yprofundas de las que se podr¡a pensar que se derivan de un simplecambio de ideas entre profesionales y tienen que ver con aspectoscomunes del genius loci de ambas ciudades y con estrategias dedifusi¢n de los principios proyectuales. La interrelaci¢n entre ambasciudades era, por una parte, una forma de escapar del sofocantecontrol de la dictadura franquista, pero, por otra, era una forma dedifundir la concepci¢n de la modernidad de la Escuela de Mil n,alejada del mito de la tecnolog¡a y cercana a la valoraci¢n delcontexto urbano y a una visi¢n cr¡tica de la historia. Pero estaconexi¢n no solo fue en un sentido, ya que, si Mil n influy¢ enBarcelona, tambi?n Barcelona influy¢ en Mil n, y no £nicamente ent?rminos urbanos y arquitect¢nicos, sino tambi?n pol¡ticos, econ¢micos y sociales.