Los dramaturgos de 2022 no somos Shakespeare, Lope, Ibsen o Buero. Pero no porque ellos fueran «mejores» que nosotros, comparación que siempre me ha parecido estúpida, sino porque los tiempos nos exigen otras cosas, y la clave está en no dejar nunca de buscarlas. Es cierto, por ejemplo, que el teatro ha dejado de ser ese arte mayoritario que una vez fue, pero también lo es que un dramaturgo ya no ve limitado su ámbito de trabajo al María Guerrero y las salas alternativas. Los videojuegos, los guiones cinematográficos y televisivos, las ficciones sonoras, la estructuración de eventos o de performances, son legítimo terreno de caza para el dramaturgo contemporáneo, mal que le pese a los puristas. Atención: no se trata de sustituir una cosa por otra, sino de sumarlas todas, como bien testimonia este libro, donde tú, lector, encontrarás ejemplos de materiales muy diferentes entre sí. Porque acaso lo único importante, y lo único que se mantiene estable en el transcurrir del tiempo, sea este impulso, este deseo nebuloso de interrogar sistemáticamente al mundo en un intento, seguramente fracasado, pero no por ello inútil, de obligarle a hacerse entender. El oficio del dramaturgo es precisamente ese: el de cuestionar.Ignacio García May