Las virtudes cotidianas presenta los descubrimientos de Ignatieff y su interpretación de lo que la globalización y la resistencia a ella le están haciendo a nuestra conciencia y nuestra comprensión moral.

A través de diálogos con habitantes de favelas en Brasil, sudafricanos y zimbabuenses que viven en chozas, granjeros japoneses, líderes de pandillas en Los Ángeles y monjes en Myanmar, Ignatieff descubrió que si bien los derechos humanos pueden ser el lenguaje de estados y elites liberales, el lenguaje moral que resuena con la mayoría de la gente el de las virtudes cotidianas: tolerancia, perdón, confianza y resiliencia. Estas virtudes ordinarias son el sistema operativo moral en las ciudades globales y en las barriadas pobres, el pegamento que hace que el experimento multicultural funcione. Ignatieff busca comprender la estructura moral y la psicología de estos valores centrales, que privilegian lo local sobre lo universal y las demandas de los ciudadanos sobre las de los extraños.

Las virtudes ordinarias, concluye, son antiteóricas y antiideológicas. Pueden ser alegremente inconsistentes. Cuando se rompe el orden y surgen conflictos, son fácilmente explotados por una política de miedo y exclusión, reservada para el propio grupo y negada a otros. Pero también son la clave para la curación, la reconciliación y la solidaridad tanto a nivel local como global.