Influida positivamente por la obra de Yasmina Reza, Arte, Lola elige también tres personajes, esta vez mujeres, incluso adopta el color de la ambientación, el blanco. En Arte, que es una verdadera disección de la sociedad actual, movida por falsas utopías y falsas apreciaciones, todo es blanco, como el cuadro sobre el que debaten sus personajes. De modo similar, en Artes decorativas, las protagonistas, aunque metidas en un cubo blanco amueblado con confortables sillones blancos, reiteran el tema de la falsedad aderezada con otros ingredientes. Se repite el continente, pero no el contenido. Clara, Inés y Marta se mueven por otras coordenadas. Todas andan alrededor de los cincuenta años, lo que les da una perspectiva especial de la vida. Se juntan en el bar de un hotel, después de haber estado en lo que se supone una reunión más amplia. Ellas tres, compañeras de estudios, tienen la necesidad de contar, de vomitar lo que sus ordenadas vidas burguesas han sido hasta ese día, estableciendo una especie de juicio voluntario sobre sus vidas. Son iguales, pero no lo son. Se unen en determinados vértices, pero sus existencias las han llevado por caminos diferentes.